Cuento de miedo
Andrea García Matos (3.º A)
¡Ay, Dios! ¡Ya las 7:30! ¡Voy a llegar tarde al instituto! Me visto, cojo una manzana del frutero y corro a la casa de mi mejor amigo, Pedro. Toco desesperadamente aquella puerta descascaronada que parece estar fuera de lugar con aquella casa tan moderna. Pedro sale apresurado con cara de malos amigos.
-Lo siento de verdad, el despertado no sonó, te
juro que lo puse ayer por la noche...creo.-dije no muy convencida-.
-Bueno, mientras no lo repitas, te lo perdono
señorita desorganizada. Pero cambiando de tema, ¿te has enterado? El viernes
encontraron a la rara de Sofía y a su familia muertos en su casa. Dicen que los
encontraron todos ensangrentados encima de inscripciones satánicas. Y lo más
raro es que no tenían heridas, simplemente sangraban-dijo fijando la vista a un
punto perdido del horizonte-.
-Ya, ayer mi madre y yo lo vimos en las
noticias. ¡Qué mal rollo! Dijo que ella siempre había sabido que eran gente muy
extraña. Pero lo de las inscripciones no salió, eso es seguramente un bulo
hecho de boca en boca.
-Que no, que es verdad, Lorenzo me llamó y me
dijo que desde la calle se podían ver símbolos a través de una ventana abierta.
Madre mía, y pensar que yo me sentaba al lado de ella en Biología...
-Eres un miedica, Pedro. Y sabes tan bien como
yo que Lorenzo es un mentiroso y sólo quiere llamar la atención. ¿Qué nos
apostamos a que en la casa de Sofía no hay ningún letrero?-dije decidida.
-Yo me fío de Lorenzo, no creo que con eso me
mienta. Me apuesto una semana con desayuno pagado en la cafetería-agregó con
arrogancia- pero de todas formas, ¿cómo lo vamos a comprobar Nora, yendo a la
casa? Ja.
-No lo dudes, yo no me creo esas patrañas.
Magia negra, objetos satánicos...¿de verdad te lo vas a creer? No va a ver
nada, Pedro. Esta misma noche lo comprobaremos, verás que yo he ganado la
apuesta y tendrás que abrir tu hucha de cerdito para mis desayunos-sonreí
confiada y enseñándole la lengua a modo de burla-.
-¿No lo dirás en serio? Yo ahí no me meto, no,
no, no, ni hablar-se cruzó de brazos-.
-Pss, ¿vas a necesitar pañales? Será a las
once, lleva linternas. Te demostraré que tenía razón.
-¡No soy un miedica! ¡Hoy a las once me verás
delante de esa casa!
-Venga, allí nos veremos, valiente.
Después
de siete horas sufriendo las clases, y aguantar otras tanta aburrida viendo la
televisión, se hicieron las diez y media. Me quedaba media hora para el
encuentro. Abrí el primer cajón de mi mesa y allí estaba mi linterna junto a...
-No se acerquen a mi casa, las consecuencias
serán graves- leí en en una nota con horrible caligrafía-. ¿¡Pero qué?! Fuerte
cobarde Pedro, intentándome engañar. No será tan fácil. Arrugué la nota y la
tiré a la basura.
Salí de
mi casa apresurada sin hacer ruido. Mis padres estaban adormilados viendo los
aburridos programas del lunes por la noche.
Me
acerqué a la verja que entraba a aquella lúgubre casa, las niebla ya cubría el
suelo. Era una noche fría. Pedro estaba sentado en el bordillo de la acera y me
saludó con gesto pesaroso.
-¿Preparado para la acción, Pedro?
Entremos-declaré confiada-.
-Qué remedio. Vámonos.
Abrimos
la puerta que se quejaba con agudos chirridos y avanzamos hacia el interior de
la casa. Era grande, pintada con colores oscuros y con aspecto de abandonada.
Una fina capa de polvo cubría el mobiliario.
-Separémonos, Pedro, tú revisas el salón y la
cocina, y yo la habitaciones de arriba.
-Vale, pero ten cuidado, esta casa me da muy
malas sensaciones-declaró con un tono de voz tan bajo que parecía un susurro-
cualquier cosa que veas extraña, me llamas y nos piramos rápidamente de aquí. Y
así testificarás que yo tenía razón.
-No digas bobadas. Aquí no hay nada, revisemos
rápido y ya está. Me pediré el desayuno más caro-sonreí-.
Nos
dividimos, subí por aquella escalera y de repente me empezó a oler a...
¿sangre? Cuando ya estaba en el rellano divisé una fila de animales muertos que
terminaba en la puerta de lo que supuse que era la habitación de Sofía. Como si
la puerta fuera un imán y yo estuviera hecha de hierro, sentí un potente
magnetismo que me pedía abrir esa puerta. Me acerqué, había una extraña
simbología sobre ella, abrí y un escalofrío me atravesó la columna vertebral.
Sofía, o aquella persona traslúcida flotante, me estaba mirando y abría la boca
formando una horrible mueca. Desde sus cuencas vacías salía de un potente color
carmesí, sangre. Su boca emitió una voz de ultratumbra que me dijo:
-No has hecho caso a mi aviso, has profanado mi
casa. Prepárate para ver morir a tu amigo.
Un grito quedó atrapado en mi garganta y mi
cuerpo empezó a bombear adrenalina. Salí disparada de aquella habitación y por
fin pude chillar el nombre de Pedro. Lo encontré en el salón, lo agarré de la
mano, y salimos corriendo de aquella tenebrosa vivienda.
Llegamos a mi casa, corriendo más de lo que
nuestros pulmones nos permitían.
-¿Qué...qué ha sido eso, Laura?-dijo con cara
pálida.
No le contesté enseguida, no podía pensar con
claridad, mi cabeza era un torbellino de sentimientos y mucho, mucho pánico.
-La he visto, Pedro, la he visto. Todo era
verdad, todo era real. ¡Ha amenazado con matarte!-grité a la vez que lágrimas
se escapaban de mis ojos.
-Mira, Laura, intentemos pensar con claridad.
Descansemos unos días para que se nos ordenen las ideas, yo también estoy muy
confundido...
Y así
fue, pasaron en total 6 días, y en la madrugada del sexto de repente me
desperté con el corazón latiendo a mil y con todos mis sentidos alerta. Vi la
imagen tenebrosa de Sofía pasando al lado de mi ventana, dejando consigo la
huella de su mano en ella, aquella huella que me perseguía en la pesadillos y
no encontraba explicación, hasta ahora. Supe que había sucedido la tragedia.
Corrí con todas mis fuerzas hacia la casa de Pedro, y otra vez vino a mí
aquella sensación escalofriante. Toqué la puerta desesperadamente, y la madre
de Pedro me abrió rápidamente. Estaba del color de la nieve y el camisón rosado
manchado de sangre. Su mirada estaba perdida y sólo repetía “se han llevado a
mi niño”. Sorteé a la madre y me avalancé hasta la habitación de Pedro. Lo
encontré tumbado en el suelo en una postura espantosa. Estaba irreconocible,
tenía la ropa desgarrada, sangraba por todos sitios, y en su pecho se
encontraba aquella huella de mano inconfundible para mí... Y de repente todo se
puso en blanco.
Pasaron
meses y meses, ya mi vida no me pertenecía a partir de aquella noche. Ella no
me abandonaría nunca. Era tanta la fuerza del espectro que lograba perturbar mi
descanso, despertaba agitada, incómoda, asustada... y veía aquella vaporosa
figura propagarse en los alrededores, dejando muy bien marcada en la ventana la
huella de su mano que intentaba alcanzarme, de esta manera me hacía saber que
siempre estaría cerca, observándome cada vez que cerrara los ojos, acechándome
algunas veces desde los rincones oscuros, intentando siempre, ser parte de mi
vida.
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